Hace ya varios años escribí un artículo sobre Bitcoin, y cómo ya, desde entonces, me daba mala espina.
Algo me decía que dicho proyecto, y su miríada de criptomonedas complementarias, estaba íntimamente ligado con el final de la era capitalista actual.
En ese artículo comentaba el papel central del “dinero electrónico” en el fin de ciclo.
Ahora, estoy más seguro todavía que ese dinero será, desde un punto de vista monetario, el final del capitalismo.
Para que termine el capitalismo actual, el mismo ha de ser suplantado por algo diferente. Este algo diferente nos lo están vendiendo hoy en día como el capitalismo inclusivo, un modelo resiliente y colaborativo.
Todo lo que escuchamos tiene esas connotaciones grupales: colaboración, inclusión, multitudes, network, cooperación, solidaridad y, de nuevo, resiliencia.
Para un proponente de la propiedad privada, dichos términos no son más que mascaradas. Detrás de esas máscaras se esconde el viejo monstruo del socialismo utópico, siempre luchando por hacerse con el control total del corazón de la humanidad, o más bien, del cerebro. El corazón ya lo tiene; y vaya que si lo tiene.
El símbolo de las espinas alrededor del corazón es uno de los más nítidos del socialismo soterrado que emana de las emociones y pulsiones de la sangre.
En realidad, este mundo de inclusión que nos traen está repleto de esas emociones, y carece totalmente de lógica.
Volviendo al tema inicial – que me acabo liando – creo que parece claro que el mundo de las criptomonedas nos lleva de cabeza a la realidad virtual.
Según mi tesis, esa realidad virtual es la parada final del mundo antiguo, nuestro mundo.
A partir de ahí es cuando podemos decir que hemos entrado definitivamente en la nueva era.
¿Entiendes ahora el por qué del “No tendrás nada y serás feliz”? (que por cierto le cambiaron el título del artículo en la web del World Economic Forum, aunque no el contenido, creo).
Esa afirmación es una manifestación del plan que está preparado para el cambio de era.
Ese cambio significa ese “no poseerás nada”, que ciertamente es el objetivo, al menos para la inmensa mayoría de humanos.
Pero eso es algo que viene con un contrapeso: la «propiedad» en la realidad virtual.
Propiedad privada en la realidad virtual
Ahora es cuando se ve claramente el por qué del ascenso meteórico de Bitcoin, Ethereum y demás criptos en un escenario que aparenta ser el principio del fin del sistema económico actual.
A los analistas, tanto profesionales como no profesionales, se les escapa la cuestión fundamental:
La subida de Bitcoin tiene una causa fundamental: dicho ascenso es el reflejo en el precio de los mercados de la futura transferencia de la economía física a la virtual.
No es simplemente el final del sistema FIAT actual, sino algo mucho más profundo. Algo que tiene unas consecuencias políticas y sociales abismales. Nada menos que el fin de una era, llamémosla real y física, por el inicio de una nueva, llamémosla utópica y digital.
Es normal que los acólitos de la religión bitconiana confundan sus buenas ganancias financieras con libertad y con la liberación del mundo de las garras de Wall Street y del Estado.
Nada más lejos de la realidad.
Sin saberlo están cavando su propia tumba.
Sí, ahora podrán ganar mucho dinero con estas subidas estratosféricas del precio relativo de Bitcoin con respecto al dólar.
Sí, el sistema terminará por colapsar.
Pero fallan en el diagnóstico de que el sistema por venir será más justo o limpio, por el simple hecho de que sea un “reinicio”.
Más que un reinicio se trata de un final. Pues es nada menos que el final de la propiedad física.
Para que dicho paso ocurra es necesario que los estados se hagan con la mayoría de la propiedad privada actual.
¿Cuáles son los pilares de dicha propiedad?
La propiedad inmobiliaria y la posibilidad de elegir nuestros alimentos, entre otras cosas.
La salud y la educación están ya casi totalmente estatalizadas.
Por eso la crisis de restricciones actual viene como anillo al dedo para el cumplimiento de la premisa de que el estado se tiene que hacer con las propiedades inmobiliarias, como pisos y cómo no, locales comerciales y todo lo demás.
En un mundo digital, donde todo se realiza a través de la red, no es necesaria la interacción física, y por ello, aparte de las producciones necesarias de materias primas para consumir y fabricar ordenadores y chips, no hace falta ni hoteles, ni centros físicos de ningún tipo. Lo único que hace falta es viviendas para dar habitación a los cuerpos que tendrán esos cerebros conectados al mundo virtual.
Podría extenderme para dar las razones por las que poco a poco se va llegar a ese momento en el que el estado se va a hacer con el control directo o indirecto de la propiedad inmobiliaria y del concepto de herencia. Cuando se llegue a ese momento, entonces ya todo estará preparado para aplicar el verdadero reset, tras el cual, nuestra realidad pasará a ser casi únicamente virtual.
En esa realidad virtual se supone que aún existe la posibilidad de tener propiedad, y eso es lo que nos hacen creer con el avance inexorable de los activos digitales, pero temo que no se trata más que de una celada espiritual.
¿Qué propiedad puedes tener cuando no puedes poseer tu propia vivienda, cuando otro ente elige el alimento que entra en tu cuerpo, y a dónde puedes moverte o no?
En ese escenario la propiedad privada tradicional habrá desaparecido, y entonces solo quedará el recurso a la propiedad virtual.
Pero si aún te queda algo de sentido común, y un mínimo recuerdo de un diccionario antiguo – de esos que terminarán por cambiar todos los significados – comprenderás que la palabra virtual es algo que en realidad es antítesis de lo real.
Esa propiedad solo lo será de nombre.
En ese mundo virtual, de tokens, de activos digitales, de parcelas virtuales, y qué no, la verdad es que no solo no vas a poseer nada sino que tu conciencia ya no te pertenece. Le pertenecerá a otro ser.
Ya no será una conciencia individual, sino colectiva, o sea andrógina.