No hay nada como ver el resultado de las políticas sociales en ejemplos en “vivo” y en “directo”. Uno de esos casos es el de la Samoa americana, un territorio que pertenece a los Estados Unidos, junto con algunas otras islas del Pacífico.
¿Cómo es la economía de la Samoa americana?
Pues se trata de una economía muy pequeña con una población de 67.000 habitantes, que depende en buena parte de la industria relacionada con el atún.
Sin embargo, a pesar de pertenecer a los Estados Unidos, Samoa es el territorio de la Unión con salarios más bajos, siendo el sueldo medio de los habitantes de la isla de unos 8.000 dólares al año (datos del 2007). Esto no es mucho si lo comparamos con los datos de California o cualquier otro estado de la Unión, donde las cifras son de más de 40.000 USD.
No obstante, cuando se compara Samoa con las islas vecinas, incluida la Samoa independiente, los salarios son más altos en la parte americana, siendo los PIBs anuales de esos vecinos de 5.500 USD para la Samoa independiente, 6.100 para Tonga y 4.600 para Fiji. Con lo cual, parece ser que pertenecer a los Estados Unidos es beneficioso desde un punto de vista económico si lo comparamos con sus vecinos.
Por otra parte, debemos recordar que el coste de vida es mucho más bajo en Samoa que en, por ejemplo, Colorado, con lo cual resulta que los bajos salarios en la Samoa americana, en realidad, permiten un nivel de vida más próximo al de los Estados Unidos. Digamos que la isla tiene una productividad en arreglo a lo que se puede permitir.
El tema es que hace unos años, los políticos americanos decidieron pasar una ley de salarios mínimos que armonizara el salario mínimo nacional e incrementara el de los territorios con salarios menores, por ejemplo Samoa.
Como siempre, esto se hizo con la buena intención de ayudar a los trabajadores de esos territorios a que tuvieran un mejor nivel de vida.
Pero, como ya sabemos, el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones.
Resulta que el salario mínimo de la isla era de 4,18 USD, y la ley iba a convertirlo gradualmente en 7.25 USD, el nacional, en uno años.
En particular, el salario mínimo subió desde los 4,18 hasta los 5,59 USD la hora en las diferentes industrias en término medio. Las ganancias se incrementaron un 27% desde el 2007, pero los precios locales lo hicieron en un 34. Así mismo, el empleo en disminuyó u 11 % entre el 2007 y el 2012, mientras que las ganancias ajustadas a la inflación descendieron en un 5%.
Esta ley tuvo una fuerte oposición en la isla, pues incluso los políticos de la misma se dieron cuenta de que con esas condiciones la economía de Samoa sería devastada. Y eso que el primer incremento, solo sería hasta los 5,50 USD por hora como sueldo mínimo.
Los políticos de la nación no escucharon las plegarias de los samoanos y decidieron pasar la ley de todos modos.
¿El resultado?
Pues que de manera inmediata una de las dos fábricas de latas de atún de la isla cerraron mandando al paro a 2.000 trabajadores, mientras que la otra despidió a muchos de sus trabajadores. Siendo estos dos, los casos más obvios de la destrucción masiva de empleo que padeció la isla, aunque al final, la gran mayoría de sectores notaron el efecto, sobre todo los relacionados con esa industria.
Al final, el resultado no fue otro que mandar miles de personas al paro en una sociedad de 67.000 habitantes, haciendo que al final, la mayoría de la población de la isla dependa del Estado y “welfare”.
Un gran ejemplo de cómo destruir una economía en el menor tiempo posible.
Así, tenemos que mientras que en los Estados Unidos el paro se ha reducido a la mitad desde el 2008, en Samoa la cosa ha permanecido igual o peor.
Finalmente, parece que han suspendido el posterior aumento del sueldo mínimo de 5,50 a 7,25 USD, lo cual hubiera causado una devastación definitiva de la isla.
Como bien dice Peter Schiff en el vídeo, el equivalente en los Estados Unidos sería el poner el sueldo mínimo en 20 USD, lo cual causaría un desempleo masivo en muchos estados, sobre todo los más pobres de la Unión, donde hay gran cantidad de sueldos de 10 USD la hora.
De ahí, el enconado debate sobre la introducción del nuevo salario mínimo de 10 o 15 USD como quieren muchos políticos, sobre todo demócratas, habiendo ya, ciudades que han incrementado dicho salario a esas cifras.
Como siempre, los políticos, cuentan con el apoyo de las masas, las cuales piensan que van a obtener mejores condiciones de vida con esos incrementos, pero nada más lejos de la realidad.
Las condiciones de empleo y de vida se han deteriorado en Samoa después de la subida de más del 50% en el sueldo mínimo. La economía de la isla, simplemente no puede permitirse tener un sueldo de ese nivel, lo mismo que le ocurriría a Fiji si lo intentase.
En España es lo mismo, con un sueldo mínimo de 757 euros la cosa no está tan grave como en Samoa, ya que la mayor parte del desempleo se debe más a otros desequilibrios.
No obstante, si se decidiera subir ese sueldo a los 1.400 euros, por ejemplo, entonces podemos estar seguros de que la gran mayoría de pequeñas empresas del país tendrían que cerrar. ¿Quién daría empleo a esos millones de trabajadores y empresarios luego? ¿El Estado? ¿Cómo pagaría el Estado el desempleo con una tasa de paro del 50%?
Este tipo de políticas son máquinas de destrucción masiva de las pequeñas empresas de cualquier territorio, que son las que más sufren ese proceso, siendo los empleados de las mismas, los siguientes en notar las consecuencias de dicha política. Las multinacionales no tienen los mismos problemas, ya que al final, se deslocalizan con una facilidad pasmosa.
Por ejemplo, en el caso de Samoa se abrieron nuevas facilidades en Georgia, donde por cierto, la producción es realizada en su mayoría de manera robotizada. Y también se abrió una planta en Tailandia, donde al parecer se paga menos de un dólar la hora.
Como todo lo que viene gratis y por decreto en esta vida, subir el salario mínimo suena muy bien. Suena como un arma para combatir la precariedad, pero al final, el resultado es el opuesto del esperado, siendo un arma muy eficiente para aumentar la pobreza y, en última instancia, la dependencia del Estado.