René Guénon y la verdadera Tradición

René Guénon es uno de los pensadores más importantes y controvertidos del Siglo XX.

Puede ser considerado como el más eminente exponente de la Tradición, según la cual todas las tradiciones de la historia humana tuvieron un origen común, reconocido por los exponentes de dicha escuela como hiperbóreo o septentrional.

Esto, además de las referencias de Julius Evola, fue lo que probablemente atrajo mi atención hacia el trabajo de Guénon, y a partir del mismo hacia el de otros exponentes de la escuela “tradicional” como Coomaraswamy, Frithjof Schuon o Seyyed Hossein Nasr.

René Guénon y Tradición

Hay que reconocer que la erudición y la profundidad del trabajo de Guénon no tienen casi parangón y que inicialmente pensé que su trabajo era el epítome de la sabiduría metafísica y que poco más podría haber más allá.

No obstante, he de reconocer que con el paso de los años y la profundización en los estudios de las cuestiones esotéricas he tenido que reconocer que el trabajo de Guénon es bastante ambiguo, por lo que he acabado por distanciarme bastante, reconociendo eso sí, la validez de sus obras, y sobre todo una de las últimas: “El reino de la cantidad y los signos de los tiempos”; una obra maestra.

Estudiando a Guénon, uno puede entender mejor al adversario, así como a uno mismo.

A tenor de esto recuerdo el hecho de que a Guénon le fue ofrecida la posibilidad de ejercer de maestro iniciador en no pocas ocasiones teniendo que ser rechazadas por el mismo debido a que su “alma” había sido dañada profundamente por las prácticas ocultistas en sus primeros años estudiando el tema (1).

Ambigüedad en Guénon

La ambigüedad a la que me referí viene del simple hecho de que en el trabajo de Guénon podemos encontrar el más feroz e irreconciliable ataque contra el mundo moderno, y en particular su clara tendencia a la “igualdad”, y al mismo tiempo, alabanzas a las “tradiciones” como la Kabbalah y el Zohar, la Masonería, La Orden del Temple, los Caballeros de La Rosa Cruz, las élites brahamanicas de la India, su “preferencia” por la autoridad espiritual y el guelfismo, o el pitagorismo entre otras.

Bien es cierto, que la mayoría de sus estudiosos y de los modernos consideran todas esas referencias como prueba irrefutable de la verdadera “Tradición”, cuestión por otra parte, perfectamente entendible de esta época de completa disolución; ya que no podemos esperar que la mayoría “vea”, ya que de otra manera deberíamos reconocer que no es en el final del Kaly Yuga, o tiempos previos al Apocalipsis donde nos encontramos.

Es por encontrarnos en esos tiempos por el que la mayoría no “ve”. Aquí puede que entremos al equívoco de pensar que como los partícipes de liturgia masónica son una minoría de la población, los tengamos por una iniciación “espiritual” verdadera, estando el resto de la masa engañada.

Nada más lejos de la realidad.

El hecho de estar en los momentos finales del Kaly Yuga significa que no solo las masas están equivocadas o perdidas, sino que también lo están, y con mayor razón, pues no son otra cosas que las mismas fuerzas de la anti o contra tradición, las diferentes aproximaciones esotéricas y/u ocultas actuales, bien sean estas de la teosofía, de la masonería, del espiritismo, de los grises o reptilianos o de los kabalistas.

Uno está más a “salvo” lejos de dichas cuestiones que no cerca.

Como comprendió Evola cerca del final en su obra Cabalgar el Tigre, no queda ya prácticamente nada de la verdadera Tradición, y uno debe “retirarse” en cierto modo a su interior.

En este sentido, muchos de los, cada vez más escasos, verdaderos creyentes en Cristo y el Espíritu Santo están más cerca de la verdad del Espíritu o de la verdadera Tradición; mucho más desde luego que los seguidores de la masonería y kabalismos varios que sin percatarse de ello en muchos casos, han caído en la trampa de la antitradición.

Es aquí donde el trabajo de René Guenón se presenta peligroso y se ha de proceder con la mayor de las cautelas, pues por si no hemos caído aún, no hay una sola Tradición, sino dos, y muy al contrario de lo que parecemos sacar de los escritos de Guénon, la Antitradición no es cosa de hace unos pocos cientos de años. No, lo cierto es que la misma es tan arcaica como el mismo origen de esta “realidad”.

Por ejemplo, sin necesidad de irnos más atrás en el tiempo, podemos decir que ya en el Antiguo Egipto, la cuna de las “civilizaciones” de la historia conocida, la teología del mismo no fue sino una inversión de la verdadera “Tradición”, y encontraremos más verdad en el análisis inverso del Libro egipcio de los muertos, que en el directo.

Sin embargo, los escolares de la «Tradición» sostendrán que dicha civilización era verdaderamente tradicional; y aunque en muchos sentidos exotéricos o profanos lo “fuera”, podemos estar seguros de que su esencia primordial era la del Adversario.

No encontraremos tradición hiperbórea en las pirámides, más bien al contrario.

Lo mismo se puede decir del resto de civilizaciones conocidas, incluidas la caldea o la hindú.

Dualidad en Guénon

Uno de los casos donde se pude ver mejor esta dualidad de Guénon es en la Masonería –no obstante Guénon “probó” la masonería en su época- y sus numerosos escritos sobre la misma, en los cuales podemos ver no poca simpatía y admiración por la misma, dándola como una iniciación posiblemente válida, que habría perdido buena parte de su eficacia (2) con el paso de los años, habiendo constituido en su momento una ruta válida para la Iniciación.

Esto es tanto más extraño, por ejemplo cuando leemos un artículo tan sublime, aunque no por ello no ambiguo, como «El Demiurgo», donde nos reconoce explícitamente:

“Es pues la fatal ilusión del Dualismo la que realiza el Bien y el Mal, y que, considerando las cosas bajo un punto de vista particularizado, sustituye a la Unidad por la Multiplicidad, y encierra así a los seres sobre los cuales ejerce su poder en el dominio de la confusión y de la división. Este dominio es el Imperio del Demiurgo.”

Y bien, a pesar de reconocer que es el Imperio de la Dualidad, el del mismo Demiurgo (se deduce que este es el contrario a la Unidad y por tanto malo), el que tiene lugar en esta, nuestra realidad, luego reconoce en la Masonería una posible vía de Iniciación (al menos en su momento); cuando resulta que la misma no es sino el mismo reconocimiento del mismo Demiurgo o Arquitecto del Universo en uno de sus símbolos fundamentales: las dos columnas simbólicas de cada “templo” masónico, que a su vez representa el mismo Templo de Salomón.

Estas dos columnas, o el sol y la luna no son sino la misma simbología de aquel que usa la dualidad para su propio beneficio o placer: el Arquitecto o Demiurgo de este mundo.

El Bien y el Mal, La J y la B, lo Activo y lo Pasivo, lo Azul y lo Rojo.

El problema es que una vez “pases” por esas columnas no estás entrando en el Reino de la “Unidad” o Eterno del verdadero Dios y del Espíritu, sino en el mismo Reino de las Tinieblas del otro al que podemos denominar El o Uno o el Saturno Violeta, Rey de los Andróginos o el Príncipe de la Materia.

No pasas de las “tinieblas a la luz” sino de la “luz a las tinieblas”.

René Guénon y el Demiurgo

La ambigüedad de Guénon con este tema la podemos ver por ejemplo, en algunos pasajes de su artículo “El Gran Arquitecto del Universo” donde nos dice que ese mismo Arquitecto sería la Unidad y que el Demiurgo sería otro “ser” diferente simplemente responsable de la “construcción”, y aquí podríamos tener algo más cercano a la verdad, pues cierto es que el Maligno no es el creador del Universo, sino un mero “plagiador” u “organizador”.

Ahora, el verdadero Creador tampoco es el Arquitecto, ya que su creación está más allá de la arquitectura o la geometría.

La Geometría (G) es en verdad la esencia del Arquitecto de este imperio material, de ahí su veneración por parte de los masones, kabalistas, pitagóricos, sacerdotes egipcios o hindúes; y bien es posible que dicho Arquitecto haya contado con la ayuda de otros auxiliares para la “elaboración” de estos planos (El Dios Incognoscible es Uno, pero ángeles hay muchos, incluidos los Nephilim del Maligno, y este mismo), incluido algún “Demiurgo constructor”.

Por todo esto, el trabajo de Guénon resulta confuso, pues por un lado ataca la modernidad y sus tendencias socialistas y democráticas, y por otro lado defiende o “aprueba” a organizaciones como la masonería, las cuales tienen como uno de sus principios fundamentales la construcción de una sociedad sin clases: o sea socialista.

El problema es que aquellos que están por encima de la masonería, y en los grados superiores de la misma, saben bien que a la hora de la instauración de la Gran República Mundial deberían ser parte de la nueva Aristocracia; algo similar a la República ideal, lo que los haría en cierto modo platónicos. Y viendo esto comprendemos en cierto modo las mismas tendencias que ya se veían manifiestas en los filósofos griegos y los pitagóricos.

La antitradición viene en verdad de lejos.

De entre los innumerables tópicos de los que podría hablar de Guénon hay uno que me llama la atención y tiene que ver con la madre del cordero absolutamente intocable por el paradigma actual: ¿Geocentrismo o Heliocentrismo? A este respecto tenemos lo dicho por el mismo en “El simbolismo de la Cruz”:

“Si nos es imposible admitir el estrecho punto de vista del geocentrismo, ligado normalmente con el antropomorfismo, tampoco podemos aprobar esta especie de lirismo científico o más bien, pseudocientífico, que tan caro parece ser, sobre todo, a algunos astrónomos, y en el que sin cesar se habla del “espacio infinito” y del “tiempo eterno”, que son, lo repetimos, puros absurdos, ya que, precisamente, sólo puede ser infinito y eterno lo que es independiente del espacio y del tiempo”

Aquí tenemos otras de las ambigüedades de Guénon, según la cual podemos sacar la conclusión de que el modelo válido en este plano material, y por tanto según Guénon temporal, es el heliocéntrico, sin tener por ello que admitir que el mismo esté compuesto por ese Universo material infinito que nos enseñan con trillones y cuatrillones de galaxias que cree todo el mundo a pie juntillas.

René Guénon y ciencia

Guénon no duda en atacar a la ciencia moderna, entre ella la falsa Teoría de la Evolución, y sin embargo aquí se queda a medias.

Ni una cosa ni la otra.

Esto no sé si lo hizo a conciencia para “protegerse” o si de verdad creía en esa patraña (una entre las innumerables de la “ciencia” actual, si bien central entre las mismas) que es el heliocentrismo.

Como él mismo bien sabía, la “Tierra” no es el centro de la Creación o del Todo, pues esto es más vasto que la realidad material.

Ahora, hay un hecho que es tan cierto como que la Teoría de la Evolución es una mentira al igual a la mayoría de la “ciencias” modernas, y este no es otro que la Tierra ocupa un plano central en este nuestro plano material, y por tanto no se mueve a no sé cuantos millones de kilómetros por hora por el espacio “infinito”, sino que está bien quieta como se deja bien claro en la Biblia o los Puranas hindúes. Y este es en verdad el conjuro maestro de las castas sacerdotales del Maligno; sin duda, su obra maestra, necesaria por otra parte para su Nuevo Orden Mundial y la próxima “Ascensión”.

Con todo esto, y a pesar de las críticas vertidas vuelvo a repetir que la obra de Guénon es de una valía inmensa, y que a través de la misma podemos conocer mejor los entresijos de la simbología universal, ya sea hiperbórea o anti hiperbórea.

Hay pocas obras que expliquen mejor de una manera “metafísica” el descenso de la humanidad hacia el dominio grosero de la Igualdad y las fuerzas del Caos, como la ya nombrada “El Reino de la Cantidad.”

Guénon y la Cantidad

No hay capítulo de dicha obra que no tenga significancia, y como no podía ser menos en este enigmático autor nos terminó su obra con una frase como esta:

“Se puede decir con todo rigor que “el fin de un mundo” no es nunca y no puede ser nunca otra cosa que el final de una ilusión.”

En mi opinión, esta realidad no se trata de una ilusión; más al contrario esto es muy real.

Tan real que el Adversario está luchando con todas sus fuerzas para conseguir imponer su reino de la “relatividad” y que creamos en el mismo y en la ausencia de bien o mal.

Si todo es relativo o una ilusión nada importa, ni que hagamos el “bien” ni que hagamos el “mal”. Ahora, parece que las fuerzas del Anticristo se toman muy en serio la realización de sus rituales a su maestro Saturno/Cronos.

Esta “ilusión” de la que habla Guénon sospecho que más bien sería la referencia a que lo que se aproxima es el fin de una “mentira”: sobre la cual está asentada la realidad actual, y más que lo estará en los años venideros.

Esto lo explica perfectamente Guénon en esa obra: los años venideros (presentes) previos al Anticristo serán los años del triunfo de lo maléfico y por tanto de la mentira, y todos, o casi todos, lo creerán.

En ese sentido, y previo al momento del “enderezamiento” sí que podemos decir que será el fin de una “ilusión”: el fin de la mentira y la muerte del Demiurgo.

 

(1)   Charles Upton: “René Guénon: Good or Bad Guy?”

(2)  De Masonería Operativa a Especulativa.