Estos días estamos presenciando uno de los momentos más bizarros de este descenso a los infiernos que es la plandemia covidiana.
Por un lado, los aborígenes australianos del territorio del norte de ese país están siendo forzados a “centros de cuarentena Covid” un eufemismo para referirse a los terroríficos campos de concentración de la dictadura global.
Por otro lado tenemos las revueltas de Guadalupe y Martinica, dos islas francesas de ultramar con una población mayoritariamente negra. Una población que se ha revuelto contra los mandatos para vacunarse así como a los pasaportes para poder ejercer derechos fundamentales.
¿La respuesta del gobierno francés?
Enviar más policías y equipos antidisturbios equipados con tanquetas.
¿Dónde están los Antifa?
¿Dónde están los Black Lives Matter?
¿Dónde están todos los defensores de aquellos que sufren el abuso del hombre blanco?
No aparecen por ningún lado.
El silencio es sepulcral.
Pero ¿Por qué?
¿Cómo es posible que ante unas actuaciones tan deplorables todo el mundo esté callado?
¿Minorías en Australia siendo llevadas a la fuerza a campos de internamiento con verjas electrificadas y nadie dice nada?
¿Qué tiene esta pandemia que es más importante que el racismo?
Desde luego, hay algo en el Covid, y su vástago la “vacuna” que hace que todos los adoradores del Estado guarden un silencio sepulcral ante estos acontecimientos.
Ese “algo” es nada menos que el ADN de Satanás.
Con ese ADN, grafeno, Black Goo o Materia Programable, Satanás consigue su objetivo soñado, que es sentar la base para alcanzar la humanidad andrógina, aquella que es a su semejanza.
Por eso es tan importante esta inoculación.
Tan importante que los aborígenes australianos no tienen el más mínimo derecho fundamental.
Tampoco lo tienen los negros de Martinica, que valientemente se están intentando defender de una manera que los honra, algo que el hombre blanco de Occidente no ha sabido hacer.
Es difícil entender cómo es que se conseguirá esa androginia, esa culminación del Cubo por la que llevan trabajando los secuaces de lo oculto desde hace mucho.
No es intuitivo.
En principio no parece que estemos cerca de algo así, pero nada más lejos de la realidad.
Solo hay que ver el fanatismo que están aplicando los gobiernos del mundo para vacunar al 100% de su población para darse cuenta que el tema de la “vacuna” no tiene nada que ver con parar ningún virus, o al menos no al supuesto virus que nos dicen que para.
En realidad, esas vacunas han sido diseñadas para eliminar un “virus”. Pero ese virus no es otra cosa que nosotros, los humanos tradicionales.
Ellos, los andróginos, así nos ven: como un virus a eliminar.
Por eso no tienen reparos en mostrarnos que un objetivo tan alto no puede ser objetado, ni siquiera por uno de los dioses del panteón “progresista”: el racismo.
Según este vídeo aquellos que se niegan a vacunarse son multados con 5.000 dólares australianos.
Derogar los derechos fundamentales de libre movimiento y libertad para trabajar es una violación total de los derechos humanos y es de hecho una vacunación obligatoria.
Estos aborígenes saben, de manera intuitiva, que esta política de vacunación obligatoria es el final de su cultura y su raza para siempre.
La androginia no tiene piedad con nada, ni con los hombres blancos, ni con los aborígenes. Ambos están condenados a desaparecer en un apocalipsis genético, del cual apenas estamos viendo el comienzo.