“No evolucionamos en la materia, por el contrario, descendemos desde los planos de la consciencia plena, el espíritu”
Michal Cremo
Esa frase del investigador Cremo resume perfectamente la clase de mundo en el que vivimos.
El hecho de que la humanidad y la Tierra, en general, avanzan hacia estados cada vez más groseros de materia, es algo que solo pocos saben.
La mayoría de estos colaboran directamente con dicho plan, es decir, con la “devolución” de la humanidad.
Ello no es porque sí, sino porque forma parte esencial de la realidad material en la que “vivimos” (morimos sería un término más aproximado a la realidad).
Si no fueran ellos, serían otros.
Siempre habrá alguien dispuesto a seguir las órdenes del plan metafísico general.
Así lo dicta el plan macrocósmico; digamos, de una manera determinista.
La colaboración en el plan provee de grandes beneficios hedonistas y de mucho poder.
El que colabora con el plan de la Materia obtiene sus placeres.
El problema es que ese poder y esos placeres son temporales.
Es más, a pesar de ser poderes y placeres “crecientes” con el avance del ciclo material, los mismos conllevan un final abrupto y fatídico, pues la Materia es insaciable. Tal es la naturaleza de los parásitos, independientemente de su tamaño.
“Lo que es arriba es abajo”, ya saben.
La Materia hace cumplir sus analogías en todos los planos de su juego, ya sean los más altos o lo más bajos con los insectos más insignificantes.
Volviendo al tema de la Evolución humana.
Este es uno de los temas mejor afianzados en la psique de las masas actual.
No se puede discutir, salvo que te acusen de fanático religioso, sobre todo aquellos cristianos que defienden la Creación, concepto, por supuesto, que descarta la evolución absurda de las especies.
Desde luego, a la Materia no se le puede achacar falta de imaginación, y aquí aplica algunas de sus mejores tácticas.
Evolucionamos de amebas y monos en un proceso de miles de millones de años, donde se va alcanzando el estado humano superior; aquel que lo acerca al Hombre Universal, el admirador absoluto de la Materia.
Cuando la verdad es conocida, cuando se entiende perfectamente la metafísica de este mundo, no hacen falta pruebas de ningún tipo, para determinar la edad de estos o aquellos fósiles, o de cualquier otro tipo.
Todo cae por su propio peso.
La lógica de la devolución es tan sencilla como ver lo que nos ocurre a nosotros mismos.
Vamos desde la inocencia de los niños a la “sabiduría” de los ancianos.
De lo nuevo a lo viejo.
De lo fresco a lo decrépito.
En el plano natural ocurre lo mismo, pues pasamos de un mundo lleno y rebosante de naturaleza y diversidad a un mundo con la naturaleza y la diversidad destruidas.
Se va pasando de lo superior a lo inferior.
Lo podemos explicar vagamente como el proceso en el que la calidad va haciendo posible el aumento de la cantidad, a cuyos niveles mayores, la misma va absorbiendo más cantidad de calidad y disminuyendo la diversidad o, dicho de otra manera, contribuyendo a la “igualdad”.
Siendo la “igualdad” la característica fundamental de la materia no deberíamos sorprendernos de nada que al final de un ciclo de manifestación, la igualdad sea el valor supremo en el conjunto de las incontables masas que pueblan el mundo.
A más masa, más deseo por la igualdad.
Así, avanza el plan de la Materia, y aquel que la ordena.