El reino de la cantidad y la propiedad privada

La cantidad, la cualidad y la propiedad privada.

La clave para entender el papel de la propiedad privada como fundamento de la civilización humana está en el estudio de la Tradición y sus principales simbologías, cuyos enigmas se nos presentan difusos, pero que gracias a autores como René Guenon podemos desentramar poco a poco.

En su análisis del mundo moderno, René Guenon nos explica como este va camino de convertirse en el reino de la cantidad, o lo que es lo mismo, en el reino de la “materia”.

Este camino forma parte de un descenso cíclico que comenzó con la Edad de Oro de la que hablan las tradiciones antiguas: los Vedas, Hesiodo, las Eddas y otras.

Ese descenso cíclico se caracteriza por un deterioro constante del “espíritu” y un avance constante de la “materia”, hasta llegar a la edad moderna, donde el reino de la cantidad parece estar a punto de imponerse de manera completa, en detrimento del elemento predominante de la Edad de Oro: la cualidad o la forma.

En el mundo de las relaciones políticas y económicas humanas hay dos maneras en las que podemos entender la antítesis de cantidad y forma, y las mismas son: la propiedad pública y la propiedad privada respectivamente.

La era moderna se caracteriza por el camino inexorable a la propiedad pública de los medios de producción, que en la jerga tradicionalista vendría a ser: el reino de la cantidad o el descenso al caos de la materia sin forma.

Propiedad pública en el mundo actual

A pesar de la opinión de las masas y de la mayoría de los filósofos e intelectuales que las sirven, el mundo actual, es un mundo de propiedad pública creciente, y el mundo de antaño era un mundo de propiedad privada absoluta.

Esto forma parte del engaño del que ya hablara Guenon, y que tiene que ver con que en la actualidad las fuerzas, que empujan sin cesar hacia el reino de la materia, son tan fuertes, que los hombres actuales viven embelesados en una ilusión en la que lo bueno se confunde con lo malo y lo alto con lo bajo; y esto en cierto modo nos recuerda a los pasajes de la tradición hindú sobre el kaly yuga en los que nos dicen que en la última era los reyes serán ladrones y los ladrones reyes.

Es por ello que las masas creen que hoy vivimos en el mundo de la propiedad privada y de los “mercados”, cuando la realidad es que los “mercados” son casi inexistentes (1) y están a punto de “morir”, y que el mundo antiguo era un mundo donde la propiedad pública y común era la prevalente; y no hay nada más lejos de la realidad, pues justo lo contrario es lo cierto.

El desarrollo de la democracia es el aspecto social más prominente del avance de la Cantidad.

El objeto final de dicho avance y de las fuerzas que lo empujan es la conversión de todas las criaturas de esta manifestación terrestre hacia una igualdad iracunda.

La política nos ofrece la mejor clave para entender el camino del reino de la cualidad al reino de la cantidad, y por ende de la propiedad privada a la propiedad pública.

La democracia, a pesar de lo que piensan los liberales y defensores de la propiedad privada de la actualidad, es la antítesis de todo lo que es ser diferente y por tanto es la negación de la propiedad privada misma.

El camino final de la democracia es la abolición de la propiedad privada y la prevalencia de las fuerzas pasionarias de la envidia y la codicia, que van mano a mano con el aprovechamiento de las fuerzas “maléficas” del Estado público, que engaña a sus súbditos con promesas de riquezas presentes y eternas, pero cuyo verdadero objetivo es la esclavización de los espíritus y un “holocausto” final.

Democracia y honestidad

La democracia representa el domino de las fuerzas de la igualdad absoluta, donde un hombre honesto, íntegro, inteligente, moderado, precavido, humilde, modesto y alto, tiene el mismo poder político, y por tanto acceso a la propiedad privada común, que un hombre deshonesto, derrochador, vicioso, arrogante y obeso.

La democracia como concepto filosófico significa la igualdad total de todos los seres. Si aceptamos la democracia como un valor absoluto, debemos aceptar que el valor más alto es la igualdad, y si la igualdad es el valor más alto,

¿Cómo oponernos a la igualdad de un africano y un chino? Ó ¿De un chino y un gato? Ó ¿De un gato y una hormiga?

Es evidente que si llevamos el ideal democrático al final tendríamos que aceptar un mundo democrático entero, con un solo gobierno, con una sola moneda, con una sola cultura,

¿Y qué mundo sería ese? ¿Sería el mundo de la cantidad o de la diversidad? ¿No tendería ese mundo con un mismo gobierno y una misma cultura hacia una única raza? ¿Y una vez alcanzada esa única raza no sería el objetivo de los seres menos “agraciados” de esa raza seguir “votando” por la igualación con los seres más “agraciados” de esa raza?

Cómo pueden creer las masas o los liberales, que la democracia es un sistema político favorecedor de la propiedad privada se me escapa a mi razonamiento.

No obstante, la solución que eligen las masas para finalizar la democracia, para cuando esta se muestre inoperante, será formas aún mayores de socialismo, donde ya se verá claramente que nos encontramos en un mundo de propiedad pública de los medios.

Aún así, no faltarán voces que no pararán de decir que aún en esos momentos, el mundo está plagado de mercados y la malvada propiedad privada.

Esa será la locura final de la era, donde sin duda un “Anticristo” se presentará ante los pueblos de la tierra haciéndoles creer que de verdad han alcanzado el paraíso: la utopía final.

Mundo en disolución

El camino del mundo actual es como diría Guenon, el de la solidificación, y su posterior disolución.

Todo camina en pos de la cantidad, todo se reduce a la metafísica de la materia y todo lo que viene relacionado con esta: las pasiones más bajas y animalescas; aquello que pertenece a los dominios del inframundo.

La ideología más popular de nuestro tiempo, el socialismo, es el resultado final de la solidificación del mundo humano, y también será la causa de su disolución final, pues como dice Guenon, una vez alcanzado el punto final de la solidificación, la cual es imposible que se complete de manera total, el mundo se “disolverá” y de esa transmutación volverá a nacer una nueva edad de oro.

Ese será el resultado final de la democracia; que una vez que casi todo el mundo se haya visto subyugado por su ideología puramente materialista, y los resultados de la misma sean llevados a su término final, entonces, y ante la imposibilidad de avanzar más en el reino de la materia, por haber eliminado la “forma” de la faz de la tierra, entonces la tarea ontológica de las fuerzas materiales habrá terminado, y la fuerza final de las mismas hará que el mundo humano se desintegre completamente, como un cuerpo que ha sido devorado por los parásitos y del cual solo quedan larvas de las cuales nacerá un nuevo cuerpo vigoroso.

A diferencia de las fuerzas materialistas presentes, el mundo de antaño, se caracterizaba por ser el reino de la cualidad, de la libertad y de la propiedad privada.

La confusión prevalente es la que hace pensar de que la propiedad privada solo existe hoy de manos de poder comprar diferentes artilugios y poder comprar una casa o un coche, los cuales te pertenecen, pero esto no es más que el resultado de las tendencias materialistas del ciclo.

Propiedad privada espiritual

La propiedad privada tiene unas connotaciones mucho más profundas que las materiales.

Las relaciones jerárquicas y las funciones regias y espirituales de la antigüedad eran relaciones de propiedad privada entre los diferentes miembros de las sociedades, donde las diferencias eran aceptadas como tales y los conceptos de democracia o igualitarismo material no tenían la más mínima cabida.

La propiedad de una sociedad no era solo terrenal, sino también espiritual, de defensa y de justicia.

El mundo era más diverso que nunca.

La naturaleza se administraba bajo premisas de propiedad privada de los medios.

El “dueño” de un territorio, era el regidor de las relaciones espirituales del mundo terrestre con el supraterrestre.

En esas condiciones, dichos “dueños” adoptarían “políticas” de conservación de sus  territorios y para ello harían “tradiciones” cuyo objetivo serían el intentar proteger lo máximo posible el gran equilibrio de la naturaleza y su “propiedad”.

Solo cuando la propiedad se vuelve “común” entonces deja de tener un interés a largo plazo, y el único objetivo pasa a ser el sacar beneficios a corto plazo mientras dure dicha estructura de propiedad; un ciclo de fuerzas parasítarias.

En dicho proceso, el bosque “deja” de tener dueño, pues el dueño es una serie de individuos, y donde hay varios no se puede “mandar” o “gestionar”.

Se perderían en debates eternos cuyo resultado final sería dirimido en votaciones, o lo que es lo mismo en criterios de cantidad.

La tendencia presente es hacia modelos de sociedad aún más socialistas, más tendentes a valorar la cantidad que la cualidad, y en las cuales todo aquello que sea diferente será visto con recelo e intentado rebajar al mínimo común múltiplo.

Tales serán los resultados de las diferentes vertientes del socialismo moderno: tanto las de “izquierda” como las de “derecha”. Las segundas menos pronunciadas sin duda que las primeras, pero no exentas en el fondo de elementos subversivos.

El resultado final será la conversión completa de las masas a la idea igualitaria y al reino de la cantidad, cuyo resultado final será, como también previó Mises (2) el caos planificado, y el eventual colapso del socialismo y de la humanidad actual.

 

(1)   Desde un punto de vista praxeológico, ya no quedan mercados libres o ausentes de intervención pública. Todo “mercado” está intervenido salvo los que tienen lugar en el lado de la microeconomía más básica, o lo que se llama de otra manera: el mercado negro.

(2)  Sin darse cuenta de las relaciones cíclicas de las sucesiones socio económicas, y basándose en un análisis desde un punto de vista materialista, pero no por ello inválido.