Hay un capítulo en el libro Cabalgar el tigre, de Julius Evola, que me llamó la atención por encima del resto. Este capítulo es el de Apoliteia. Una vez leído, te das cuenta del significado del término y sus derivaciones y malentendidos en el mundo moderno.
A primera vista, el término apolítico, puede hacer pensar que uno no tiene principios, o que es un nihilista al que todo le da igual. Pero es precisamente ese punto el más equivocado. Pues un defensor de la apoliteia es aquel cuyos principios son más sólidos e inamovibles que los de cualquier seguidor de una línea, en el término que tienen los movimientos políticos en la actualidad.
De hecho, todos aquellos que defienden tal o cual ideario político en la actualidad, lo hacen de una manera muy difusa; y los que hoy se encuentran defendiendo una postura, mañana se encontrarán defendiendo otra. Pasarán de la socialdemocracia al fascismo o comunismo y viceversa, según las condiciones.
El sentido de su vida, desde el punto de vista político, es un sin sentido perdido en el mar eterno; en la constante búsqueda de la libertad, sin saber que la misma reside en la inocencia de su niñez, por mucho tiempo ya perdida y vilipendiada por esta sociedad. Pues todos nacemos con la libertad e ingenuidad de seres puros; pero ambas se pierden en el mero transcurso del devenir de esta sociedad que nos toca vivir.
El niño entiende de manera natural e instintiva que la propiedad –su chupete- es suyo, y nada más que suyo.
No le intentes quitar el chupete a un niño, pues de hacerlo estarás robándole su inocencia.
Los niños, caprichos aparte, tienen mucho que enseñar a los mayores hoy día, pues los instintos que los primeros abrigan por un breve tiempo, son ajenos casi por completo en los segundos.
Los niños saben, de manera instintiva cual es el significado de la propiedad; quieren su chupete y quieren el del vecino.
Ansían esa propiedad.
El adulto de hoy día, ha abandonado el único elemento que es capaz de dar orden al caos del universo social: la propiedad. Sí, desea mantener su propiedad, pero en un arrebato de locura y ego sin fin postula porque los demás la compartan. Tal es la altura alcanzada en el intento de conquistar el falso cielo del confort que el hombre ha perdido todo contacto con el verdadero origen y el orden de las cosas. Este camino es común en muchos hombres sabios. Como por ejemplo el recorrido por Julius Evola o Ernst Junger. Ambos defendieron ciertos idearios políticos en su juventud. Creyeron que se podía dar un vuelco a las cosas con la acción política, pero el paso de los años les hizo entender que no era así como funcionaba el sino de la historia.
Evola, por ejemplo, siendo un tradicionalista convencido, defendió y creyó por momentos en la posibilidad de un renacimiento del hombre, en la época temprana de los movimientos fascistas y nacionalsocialistas. Fue víctima, en cierto modo del espíritu de la época. No obstante, el mismo se dio cuenta del verdadero significado de ese término usado por los estoicos de la antigüedad, la apoliteia, más tarde y tras las decepciones que trajo con sí la radicalización de los movimientos nacionalistas de la época y su posterior destrucción. Comprendió de alguna manera el destino descendente de la historia, y a su vez la imposibilidad hoy en día de acometer ninguna reforma que devuelve al hombre a los orígenes de la Era de Oro. Tales preceptos carecen de la más mínima posibilidad en la Edad de Hierro (Kaly Yuga) en la que nos hallamos inmersos.
Por decirlo de alguna manera, Évola entendió que para volver a llegar a la próxima Edad de Oro y cumplir el ciclo, lo más sensato es cabalgar el tigre; seguir la marea hasta que esta se derrame en los confines del mundo, siendo consciente de que ello ocurrirá y estando preparado para el salto en el último momento. Comprendió que para cambiar el cuerpo actual, corrupto, glotón y oscuro, la única manera es mediante dejar que el parásito (la ideología igualitaria) termine su trabajo, y fuerce con ello la disolución final. Es decir, que no hay manera de parar la marea, pero ésta acabará por destruirse a sí misma.
Lo importante aquí no es tanto cómo salvar al mundo sino cómo salvarse uno mismo.
¿Nihilismo y resignación?
Dicho esto, para nada se quiere decir que se deba tomar una actitud nihilista o de resignación. La cuestión sería tomar una postura de resignación activa; aceptando la realidad, pero con una base firmemente asentada en la trascendencia y sabiendo donde se está en cada momento.
Uno puede realizar una vida realizando una u otra actividad, incluso siendo político, reconociendo que el nacionalsocialismo se acerca infinitamente más al ideal tradicional que la democracia (la cual en cierto modo es una antípoda), y que ésta a su vez ofrece mejores condiciones que el comunismo, pero siempre siendo consciente de que el verdadero y único principio sobre el que se sustenta el verdadero orden es la Tradición: esto es, la propiedad privada en su vertiente espiritual y teológica (y no mentirse a uno mismo).
No existe en la actualidad ningún movimiento político que sea consecuente con la idea de la Tradición y del principio jerárquico de la relación de los hombres y el cosmos. Y esto es, porque en el clima socialista y democrático de esta era oscura, es absolutamente imposible que ello ocurra. Es más, el principio de apoliteia reniega de la misma concepción de movimiento político o de partido. Elementos que son totalmente ajenos a la verdadera libertad. Pues la apoliteia implica la imposibilidad de la política y su retórica.
Sus principios obedecen a un orden primigenio, y ese orden primigenio no es otro que la propiedad privada; que no la pública, pues la más mínima incursión en el terreno de la propiedad pública nos aleja de la verdadera esencia del Bien.
Hans Hoppe y Apoliteia
Podríamos considerar al movimiento anarcocapitalista o defensor de la sociedad de propiedad privada, representado por Hans Hoppe, como lo más cercano al ideal de apoliteia hoy en día. Dicho movimiento no es político, pues es consciente de la utopía de intentar organizar un partido político cuya única oferta a las masas sea la abolición del Estado actual. Es decir, la derogación total y completa de todos los impuestos y regulaciones que hay en la actualidad, y también de los dioses que forman el actual Partenón del pueblo, y que son hoy tan sagrados como en su día fueron Zeus o Wotan.
En las condiciones actuales el Estado Público solo puede crecer. Así lo lleva haciendo desde hace doscientos años, y así lo hará hasta el colapso final.
No obstante, los anarcocapitalistas reconocen de manera acertada el papel de la propiedad privada como única y verdadera ética posible. Y comprenden también que la propiedad pública de los medios de producción es la causa de todos los problemas de la sociedad; y que solo con la vuelta al orden “privado” se solucionará la cuestión política de la actualidad. Esto es, mediante un sistema apolítico. En el que las únicas relaciones sean contractuales, y donde la propiedad sea sacrosanta. Y aunque el sentido de su estudio es desde un punto de vista materialista y no espiritual ni metafísico, puede valer como punto de partida, para por lo menos entender de manera básica, cual es la significación de una apoliteia actual.
No se trata de “retirarse” del mundo, pero sí ser consciente de que el único principio válido es el de la defensa de la propiedad privada. Y no confundir con el Liberalismo y su parte demócrata. Pues el paso de la monarquía a la democracia supuso un retroceso de la defensa de la propiedad privada. Tema de difícil comprensión y anti intuitivo pero del que hablaré en otra ocasión.
El problema de los movimientos nacionalsocialistas radica precisamente en su vínculo con la propiedad pública, en lo que es el lado socialista de los mismos. Muchas de las ideas que defienden son cercanas a la Tradición, y en el fondo de sus corazones buscan la misma, pero no comprenden, pues han sido adoctrinados por la sociedad, que el socialismo y la Tradición son en realidad dos conceptos opuestos. Donde sí aciertan es en el valor aristocrático que dan a sus principios organizativos; es ahí donde tienen valor y donde alguien que busque la verdad se encuentra más cerca de la misma que de cualquier otro movimiento político hoy en día.
Siendo el comunismo el más alto grado de la caída de la humanidad en esta era, y la propiedad pública su más alto exponente, lo contrario cabe esperar de la Tradición: es decir, la propiedad privada como fundamento de la sociedad. Y la apoliteia como fundamento de la vida política, es decir: la misma ausencia de vida política, pues donde la propiedad privada es considerada legítima no hay nada que debatir.
Por eso, las instituciones aristocráticas y de nobleza se pierden en el tiempo más allá de la historia conocida, y su fundamento final radica en la propiedad privada. Y aquí hay que hacer una aclaración: la formación de las aristocracias, monarquías y noblezas del pasado fueron procesos naturales de gestión privada de los medios. Y no solo desde un punto de vista material.
Propiedad privada de los Reyes
El Rey o Noble de antaño no tenía porqué poseer la “propiedad” de la tierra. De hecho, la propiedad privada material tenía fundamentos más asentados que en la era democrática, incluso en sus inicios, a pesar de que los defensores de la teoría de las instituciones crean que fue gracias al establecimiento de cierto marco institucional, que el capitalismo nació. Confunden causa y efecto y no ven más allá, en la relación causa efecto que los antiguos comprendieron mucho mejor que la mayoría de los científicos contemporáneos y su visión linear del cosmos, la cual en el fondo viene a ser la misma que la de los acérrimos enemigos de los liberales: los comunistas. En este sentido y al contrario que la mayoría de los liberales, los nacionalsocialistas pueden ver el significado cíclico de la historia, pero fallan en su diagnóstico “socialista”, al menos desde el punto de algunos puntos de vista económicos y demás, para nada en el término de Nación y Pueblo, donde están totalmente en lo correcto.
Todo esto forma parte del juego de la vida. No es posible pretender que los principios de apoliteia tengan el más mínimo peso en cualquier movimiento político de la actualidad; y los movimientos nacionalistas no son la excepción. De una u otra manera quedan un poco infectados por el virus de la igualdad, que lo invade todo hoy en día. Aunque no hay que olvidar una cosa, Ellos – los alquimistas que dirigen el mundo – detestan el nacionalsocialismo, y por eso lo sabotean desde fuera y dentro constantemente. Metafísicamente es algo opuesto a su trabajo: globalismo versus independencia; domesticación versus orgullo. Por eso el perfecto comunista es el esclavo perfecto, perfectamente domesticado y carente de individualidad.
La propiedad de la aristocracia era más espiritual que material. No radicaba en el reconocimiento de la posesión de la materia por los “inferiores” (en la apoliteia no hay inferiores ni superiores realmente, sino que cada uno ocupa el lugar que le corresponde; la envidia no tiene sentido), sino en el reconocimiento de un principio de autoridad trascendental, de carácter metafísico y supra humano. Es el reconocimiento que dirige una sociedad de manera orgánica, de arriba abajo. Da orden y estabilidad. Eso es lo que en realidad significa ser conservador. Y ello implica también el abandono de toda posición política como punto de partida.
Eso hoy en días es imposible. Lo sabemos.
El único punto de partida válido es el respeto absoluto y total por la propiedad privada y su consideración como única ética noble y verdadera.