Uno de los términos más usados por Felipe de Moyano, conocido como Nimrod del Rosario, en sus libros era el de “Las potencias de la materia”.
Este término es, desde mi punto de vista, uno de los claves del libro.
Un término que por sí mismo nos da a entender de manera perfecta la metafísica de este mundo material, la metafísica de la materia.
El término “potencias de la materia” evoca la fuerza motriz fundamental de este mundo, es decir la fuerza de la materia, una fuerza sutil pero poderosísima que marca el devenir de la evolución de los ocho rincones de este mundo material, o visto desde un punto de vista espiritual: infierno material.
El objetivo fundamental de cada manifestación de la materia es la fusión completa de la misma; fusión que se da a todos los niveles, empezando por los más groseramente materiales hasta los más, por decirlo así, psíquicos o “inmateriales”.
Lo de materiales entre comillas, porque a decir verdad, nada en este mundo escapa a la potencia material que imprime el gran Demiurgo creador de este juego.
Lo único que escapa, o puede escapar, y cuya presencia es inevitable y especialmente necesaria para el avance del plan de cada plan de manifestación, es lo que algunos llaman espíritu, es decir, aquella fuerza que está más allá de la materia, pero el cual mantiene innumerables partes atrapadas en este mundo.
Aprisionamiento que es uno de los grandes misterios de este mundo.
La materia ejerce una fuerza imparable que conlleva un concepto la consecución de un objetivo supremo: la igualdad entre todas las partículas de la misma.
Potencias de la igualdad
Pero esta igualdad tiene un carácter especial, se trata de una igualdad extrema, de un hambre insaciable por consumir energía hasta unos extremos que las simples mentes humanas no podemos siquiera concebir.
Solo el espíritu, de una manera muy sutil, es capaz de percibir el carácter devorador del plan material.
Un carácter, que desde el punto de vista material es necesario y, por tanto, “bueno”, y desde el punto de vista espiritual, es una aberración y una vileza infinita.
De todas las manifestaciones del plano material, aquella que alcanza un trabajo más refinado, y que podemos decir que es la parte fundamental de la obra, es el elemento humano: eje central de todo el plan.
Es en el mismo donde el carácter fundamental de las potencias de la materia se puede ver de una manera más clara. Mucho más que en el reino animal o vegetal, a pesar de la crudeza de los mismos.
La velocidad a la que el mundo humano va hacia la igualdad total en el plano psíquico-material es exponencial ahora mismo.
El Reino de la Mentira
El reino humano, al ser el productor de cultura eminente, y aquel que expande la materia a mayor velocidad por la Tierra, en forma de cultura y de átomos: siendo estos no otra cosa que los humanos, desde un punto de vista muy superior al nuestro. En ese punto de vista somos poco más que átomos de materia inmunda.
Pero átomos que proveen una función esencial en el plan evolutivo de la materia, el cual no es otro que la procura de alimento metafísico.
Esa es la cruda verdad de las potencias de la materia: su carácter fundamental es el consumo de energía. Y para el consumo de energía necesitan la fuerza creadora del espíritu, sin la cual su juego sería imposible.
Pero curiosamente para el sabio espíritu, este actúa de la manera más ingenua en este tablero de juego, de tal manera que es inconsciente de su acción.
Tal es la inocencia suprema que tiene el mismo que es incapaz de darse cuenta del engaño.
La inocencia del espíritu nos da otra pista de la metafísica en juego: las potencias de la materia, y por tanto, esta misma, se basan en la mentira como uno de sus principios metafísicos supremos. Y aquí tenemos otra de las mentiras que tanto se repiten una y otra vez sobre la dualidad y la unidad.
Mentira y dualidad
La dualidad es parte esencial del mundo de las potencias de la materia, pero eso no significa que el mismo no tienda hacia la mentira y que la verdad y la inocencia sean destruidas, lo que en el fondo nos dicen que en el mundo del espíritu, el de verdad, solo existe la verdad, pero no una verdad simple, material o tridimensional, sino una verdad total, una verdad que nos muestra todo tal y como es.
Una verdad que nos muestra las mentiras como lo que son: con toda su desnudez y su miseria, y a la verdad en todo su esplendor.
El Reino de la verdad
El mundo de la verdadera “unidad”, el mundo eterno.
En el mundo material, al contrario, la mentira, la arma esencial de las potencias de la materia, está escondida detrás de cada átomo y nunca se puede ver de manera clara, salvo en las pocas ocasiones que es descubierta.
Por muchas ilusiones que se haga la gente de este mundo de carne en que las mentiras siempre son descubiertas, la mayoría saben en el fondo que no, pues todos han mentido, no solo una vez sino muchas a lo largo de sus vidas, y es algo inevitable en estos terrenos dominio de la materia.
Es una fuerza ineludible.
El problema que presentan las potencias de la materia es su infinita saciedad de energía y de uso de la mentira, pues si bien es cierto que las mentiras en el plano material pasan desapercibidas – y proporcionan una ventaja estratégica definitiva – su cada vez mayor uso en el mismo, van produciendo efectos de profundo calado metafísico, los cuales, al final serán la causa de la propia fagotización del mismo y de las fuerzas que lo empujan.
Todas ellas terminarán aniquiladas en la disolución final; disolución ante la cual esas fuerzas no pueden escapar.
Tal es el resultado de la avaricia y la mentira infinita: la ruina espiritual total.