Una de las características más esenciales del Estado en su forma pública o como ente de propiedad común, es el carácter monopolista del mismo.
Este es un tema que es fácil de entender una vez que nos damos cuenta del carácter “común” del Estado moderno, cosa muy diferente a lo que había en los estados de antaño, que eran más bien de carácter “no común”, o “privado”.
El carácter perverso del monopolio en la economía
Si hay un tema en el que los economistas de todos los “partidos” o ideales coinciden es que el monopolio es malo.
Este es un axioma muy intuitivo y sencillo de comprender y para el que no hace falta el más mínimo estudio de economía sino un poco de sentido común, esa cosa tan escasa a medida que el capitalismo se acerca a su fin.
El tema es claro: si hay un solo proveedor de un servicio o producto no hay elección y ese proveedor podrá imponer sus condiciones a todo el mundo, hasta el punto de que podrá imponer las condiciones que quiera, pues no hay otra alternativa y es ese o ninguno.
Es por eso que uno de los principios básicos de la economía es que debe de haber mercados competitivos con varios proveedores, de ahí toda la retahíla de leyes antimonopolio que hay en el mundo.
Lo que pasa es que, como no podía ser de otra manera, este es un tema en el que reina la confusión.
Los mismos economistas que dicen que el monopolio es malo suscriben los ideales de los partidos de izquierdas, desde los moderados a los más radicales.
¿Por qué se da esta paradoja?
Pues porque los economistas del mundo –en su inmensa mayoría – consideran que el monopolio solo es cuestión del mundo empresarial y no tiene mucho que ver con el Estado, la más “justa de las organizaciones”, en teoría.
Por ello, una vez que un Estado se hace con el control total de la sociedad, como el caso de Corea del Norte, todo lo relacionado al monopolio desaparece, porque desaparecida la empresa privada, acabada la “rabia”. Se da por hecho que el Estado público es benevolente, y por tanto se acaba la necesidad de luchar contra los abusos.
Cuando jugamos al Monopoly la sensación que nos da es que el malvado mundo empresarial tiene la intención de hacerse con todo, de ser el que domina todo.
Un ejemplo tan sencillo como este juego de mesa tan popular nos enseña el conjuro en el que viven los ciudadanos del mundo moderno, que cuando escuchan la palabra monopolio la asocian al mundo empresarial, “casi” como si se tratara de un conjuro.
El monopolio es algo que se va construyendo poco a poco con el avance de la Era Democrática. Lo que había anteriormente era algo que era justo lo contrario del monopolio en todos los sentidos, algo que se acabará por entender una vez finalice el Capitalismo y comience la Era del Monopolio, es decir la Era de la propiedad pública.
El monopolio antes y durante el capitalismo
Al principio del Capitalismo no había casi monopolio, al menos no comparado con lo que tenemos ahora.
Podíamos tener monopolios de pequeña envergadura en determinados sectores y en determinadas regiones.
Por ejemplo, podríamos tener un barquero único para cruzar determinado rio.
Eso ya le daba un monopolio sobre el cruce de ese rio, pero era un monopolio vulnerable pues podría ocurrir que se podría encontrar un puente unos kilómetros más arriba o más abajo.
Los “monopolios” eran de carácter privado y se daban en multiplicidad de casos, casi tantos como individuos, familias o pueblos.
Sin embargo, esa multiplicidad de “agentes” hacía que todos esos monopolios fueran extremadamente vulnerables, siendo unos más fuertes que otros. Este detalle es la clave para entender que no se trataba de monopolios absolutos sino de una multiplicidad de agentes que prestaban servicios privados en todos los campos posibles.
Incluso el rey de un país, podría tener el monopolio sobre la seguridad de su nación o región, pero aún así no tenía el monopolio sobre el comercio de trigo, o sobre las aguas o sobre las tierras, a pesar de poseer bastantes. En realidad, incluso la seguridad de una nación no tenía un monopolio absoluto, pues si el rey sobrepasaba sus funciones los súbditos que le habían jurado lealtad, como podrían ser otros nobles, podrían sublevarse sin ningún problema, pues estos mismos tenían sus propios ejércitos y sistemas de seguridad. Por no hablar de los reinos y países vecinos que también presentaban una alternativa.
El Estado en las épocas de antes e inicio del Capitalismo se caracterizaba por ser extremadamente pequeño, con una pequeña pero incipiente tendencia a la propiedad común o pública.
El ascenso del monopolio con la propiedad pública
Una vez los estados modernos empiezan a democratizarse y a deshacerse de los reyes y la nobleza de una vez por todas, se da pie libre al crecimiento del Estado público.
La diferencia de este Estado Público con la situación de antaño es que el mismo es en sí un monopolio absoluto que va abarcando a todas las actividades de una sociedad, sin dejar el más mínimo resquicio.
Primero se empieza por la seguridad, haciéndose cargo de los ejércitos, los cuales son estandarizados, cosa totalmente opuesta a antaño, cuando las tropas del noble no tenían por qué ser iguales que las del rey.
Esta estandarización de la defensa y la justicia supone una monopolización de esos dos ámbitos: una monopolización por el Estado.
Es decir, la justicia y defensa de una nación son provistas solo por el Estado, de manera “única”.
Más tarde, el Estado monopoliza la educación, el sistema monetario, de pensiones, de ahorro y prácticamente toda relación legal que ocurra en el territorio, primero nacional, luego regional y finalmente mundial, paso este último que será dado eventualmente.
El Estado se convierte, así, en un agente monopolístico gigantesco, que primero se hace con las cuestiones “esenciales”, como seguridad, justicia, educación o sanidad, y luego, más tarde, y poco a poco, según el país, se va haciendo con el resto de las cuestiones, porque a fin de cuentas, como se trata de un “ser” eminentemente monopolista, no puede evitar dejar de avanzar e ir haciéndose con cada vez más campos de acción. De ahí el increíble crecimiento de la regulación mundial.
Por lo tanto, vemos como un ente, un solo ente, es el que acaba dominando de manera total y absoluta los servicios más imprescindibles de una sociedad. No hay posibilidad de contestar al Estado. Este dicta la política de educación y la misma tiene que ser seguida en todo el Estado, ya sea uno con 1.000 millones de habitantes como China. Como vemos, estamos ante un monopolio de un servicio prestado a esa población tan grande, pero no se acaba ahí, porque el ente también tiene el monopolio en muchas otras cuestiones.
Por ejemplo, donde antes estaba la educación totalmente privada de una madre a un hijo, hoy en día tenemos un sistema monopolista estatal que presta la educación a toda la masa de los niños de un país. Pero esto no se queda ahí, porque al final, el Estado de un país y el de otro país son nada menos que el mismo ente, que además se rige por la misma inercia: la inercia de la masa.
Por eso, el siguiente paso es el ir “globalizando”, es decir, uniendo los países poco a poco, mediante acuerdos y cuestiones similares, de tal manera que los estados van engrasando su maquinaria de manera aún más monopolista, pues incrementan el monopolio de un país a un grupo de países.
El Estado moderno, un ente esencialmente monopolista
La libre competencia, ese archi-enemigo del monopolio es algo que está en declive, muy a pesar de lo que podamos intuir con la gran cantidad de “servicios privados” que vemos en la mayoría de los ámbitos. Todos esos servicios, o casi todos, están regulados por el Estado de una manera que además se acrecienta con el tiempo.
El hecho es que el Estado se comporta de la misma manera que la teoría económica – teoría falsa, por cierto (*) – describe a las grandes empresas del capitalismo. Se va consolidando de manera gradual, de una manera supranacional, pero a diferencia de esas empresas, tenemos que el Estado va abarcando una gran cantidad de ámbitos, como si fuera el conglomerado final. Por ejemplo, un monopolio u oligopolio en el sector de la producción del petróleo no tiene nada que ver con el monopolio del Estado, porque este abarca muchos más ámbitos, y además no solo eso, sino también la regulación de dicho sistema de producción y consumo de petróleo.
Como el comportamiento del Estado resume perfectamente las economías de escala de un sistema monopolista, podemos estar seguros de que el mismo está destinado a crecer.
No hay por qué engañarse y pensar que una democracia de tipo representativo va a hacer que el tamaño del Estado decrezca. Al contrario, ese diseño es perfecto para que el mismo crezca aún más porque no hace sino enrocar aún más el sistema democrático, un sistema monopolista en esencia, pues el sistema que da un poder político igual a cada ciudadano tiene que, por fuerza, construir un sistema donde todos los ciudadanos sean iguales y eso significa que no pueden haber empresas muy diversas por ejemplo, porque a la larga sería considerado no igualitario, es decir “injusto”.
Lo realmente sorprendente es que la masa suele relacionar a la empresa con monopolio y al Estado como el agente benévolo.
El tema del crecimiento del Estado y su carácter eminentemente monopolístico me hace recordar las palabras de una amiga: “la Muerte siempre pide más”.
Si cambiamos “Muerte” por “Estado” tenemos lo mismo.
(*) El crecimiento de un monopolio en una economía de mercado solo es posible cuando se hace uso del Estado, es decir, de la legislación estatal para legislar a favor del mismo. Es decir, hace falta usar al Estado mediante corrupción para poder llevar a cabo el “monopolio capitalista”. La economía de mercado, en sí, es anti-monopolista por naturaleza.